La Unión es Fuerza
Octava Compañía de Bomberos de Santiago
Bellavista Nº 594, Recoleta
web@octavabomberos.cl – Fono: 227374843
Este 11 de enero se cumplen ya 95 años del trágico accidente que le costó la vida, a Moro el perro Bomberos de la Octava Compañía un fiel compañero de los bomberos de esa época, a su memoria el exvoluntario don Pablo Álvarez Rojas., dedico esta hermosa historia.
Al comienzo hubo estruendo. Recuerdo quejido carreras y una confusión enorme .. o tal vez la confusión vino tras las carreras que al parecer antecedieron al estruendo; quizás lo primero fue el quejido. Tal vez, el orden ya no importa.
Si alguien me preguntara ahora, probablemente diría que hasta lo había soñado. Pero bueno, que me pregunten algo ahora es una ocurrencia extraña, sólo una manera de decir ya nadie se me acercara y aunque asi fuera, con certeza no seria para interrogarme acerca de tan onírica divagación.
Finalmente ocurre lo que tantas veces aseguré que conmigo no pasaría, un descuido, una torpeza, el peligro que se esconde en la confianza. Bombero… bombero repetía como si esa palabra fuera un conjunto por di sola, una suerte de sortilegio lleno de enigmas indescifrables. Bombero era un término para el susurro, una melodía para escuchar entre las sombras del silencio, una frágil quimera que ojalá no espantara nunca un despertador ruidoso… en finm bombero, maldita sea, moría por serlo y hoy por serlo muero.
Se acercaron con un cuidado demasiado similar al espanto, como si mirando así, de a poquito, pudiesen mitigar las heridas en el cuerpo del compañero caído. Obviamente no sirvió de nada, ya era todo irremediable.
Hubo quienes volvieron la mirada; otros sencillamente la bajaron… pero lo más no tenían necesidad de nada de eso. Tan nublada que no podían ya ver nada. Apriétame con fuerza la mano hermano, yo sé que tienes pena, yo sé que lo sientes tanto como crees que a mime duele. Si pudieras hablar te diría muchas cosas; si pudiera hablar te pediría correr con los demás para que siguieras con lo tuyo, para que volvieras a lo nuestro… el incendio no espera amigo mío; si pudiera hablar te o ordenaría, ¿acaso no soy yo mas antiguo?
Siguió a su lado, de rodilla y sollozando, mascullando la rabia de saber tan absurdo y desgraciado el accidente. Su casco descansaba al lado de aquel cuerpo maltrecho y herido de muerte, alrededor de ambos el tiempo parecía querer hacerse parte del duelo anticipado y la tarde se nublaba; nadie atinaba a hacer nada salvo ser testigo de la escena, formando un circulo inquebrantable de acongojados asistentes, conformados por una multitud que de apoco iba entendiendo la solemnidad a espaldas de todos, pero a nadie parecía interesarle.
Arrodillado sobre el amigo que se marchaba para siempre, consciente de que además era inevitable, parecía querer decirle a fuerza de gestos que no quería abandonarlo, que necesitaba de su presencia como tantas veces pretendió negarlo.
No llores más bombero. Yo estoy bien y el dolor se ha alejado. El incendio siempre es lo primero, luego estamos nosotros. Allá sin duda eres más necesario… yo quisiera decirte tantas cosas, son tantos los y demasiadas las imágenes. Amigo mío, ten valor y continua la marcha, cuando todo termine, sólo entonces, regresa a mi lado.
El pavimento helado y comienzo a sentir frío, pero a decir verdad, ya estoy acostumbrado. Tu imagen se vuelve difusa, cierro y en medio de la somnolencia que me invade, te veo aparecer como aquella primera vez que nos visitaste, con cara de asustado, como si quisieras disculparte por osar golpear nuestra puerta. Asi llegaste a mi cuartel, ¿recuerdas?, con miedo a no ser aceptado.
Sali para recibirte, pensando que se trataba de algo más interesante. Te mire mientras entrabas y me hizo bastante gracia el balbuceo con que saludabas al mensajero, asi de nervioso estabas. Luego comenzaste a frecuentar el lugar y era común verte caminar por el primer piso; no te atrevías a subir si nadie te invitaba. Te hacían tantas bromas, que cada día me preguntaba si volverías al día siguiente, pero acá estás, apenado por mí. Lo lograste, soy yo quien se marcha.
De fondo, los sonidos de la calle y la llovizna que comenzaba. Al centra de la escena, blanco de todas las miradas, dos amigos despidiéndose sin poder escuchar nada. ¿Y escuchar para qué?, ¿Que se dice en estos casos? Lo veía alejarse sin remedio, ¿Podría entenderlo?, ¿Acaso alguna vez habrá notado aquel aprecio que le profesaba? Recordaba con tristeza la infinidad de veces que se enojó con el y lo ignoraba; aquella vez que Ie escondió las botas o cuando Ie estropeó el uniforme de parada. Ahora quería disculparse por haber sentido rabia; quería verlo nuevamente entrar a la Guardia y desordenar las camas, quena verlo como siempre había sido, irreverente, de esos que jamás se cuadran, que caminan confiados entre las autoridades como si su presencia nunca incomodara. Pero la realidad se lo mostraba distinto, con esa indefensión tan propia de quienes son atropellados. Estaba inerte, brutalmente entregado.
¿Habrá quien se acuerde de mí? Abro los ojos y es un gesto inútil, ya no veo nada. Siento tu mano hermano, escucho tu lamento y quisiera poder hablarte, decirte que nunca quise incomodarlos, que ojalá perdonen si por llamar la atención les arruine el sueño cuando estaban tan cansados… los veía llegar de sus incendios con los uniformes sucios y el rostro tiznado. Yo solo quería que me contaran como era, oír de sus hazañas. Sí, bombero, si pudiera hablar me entenderías, pero yo no puedo hacerlo y solo hoy lo voy notando… siento un nudo en la garganta y me voy llenando de pena. Fue una estupidez, es cierto; pero el impulso me supero como siempre. Sentí las sirenas y atiné a correr al carro, como si solo de mí dependiera que se hiciera o no el trabajo. Sentí las sirenas y ya no pude escuchar nada, ni siquiera el chirriar que anticipo al impacto.
Lo tomó con cuidado y lo subió al carro, envuelto en la cotona ensangrentada que usó para taparlo. Todo el mundo Ie abrió paso y hubo incluso quien se descubrió acongojado. Había muerto un bombero casi a la par con el incendio al cual salió confiado. En el carro todos se despedían sin palabras, un par de palmadas en el lomo húmedo, caricias temblorosas en el gris pelaje.
Fue distinta la Guardia sin sus ladridos de madrugada, fue distinto abrir la puerta y no sentir más su carrera escaleras abajo. Ya nadie espera a los guardianes en Bellavista con Recoleta, ya nunca más un animal pudo subir a un porta escalas.
1928 era el año. No había en el noble estirpe ni exquisita raza, Ie llamaban Moro, fue bombero de la Octava
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